Dos aficiones se cruzan para escribir este artículo. Por un lado, la historia. Por otro, la salud, esta última vinculada a mí por ser técnico de farmacia.
La historia del personaje que hoy me ocupa es la historia de otros muchos que han estado por sus ideas, fuera de su tiempo, ideas que aún no podían concebirse en la época que les habían tocado vivir. A pesar de tener razón, se sentían incomprendidos por sus contemporáneos o incluso sufrían la persecución.
La historia del personaje que hoy me ocupa es la historia de otros muchos que han estado por sus ideas, fuera de su tiempo, ideas que aún no podían concebirse en la época que les habían tocado vivir. A pesar de tener razón, se sentían incomprendidos por sus contemporáneos o incluso sufrían la persecución.
Ignacio Felipe Semmelweis, fue médico húngaro. Nació en 1818 en la ciudad de Buda a orillas del río Danubio. Aunque su padre quería que su hijo fuese abogado, el joven Semmelweis cambia de idea cuando participa en una autopsia.
Estudia en el Hospital General de Viena, siendo alumno de tres insignes médicos austriacos. J. Skoda (profesor de clínica médica), C. Von Rokitansky (profesor de anatomía patológica) y F. Von Hebra (profesor de dermatología).
En 1844 se licencia en medicina, trabaja con Rokitansky y se dedica al estudio de la infección que se produce en el ámbito de la cirugía. Nacería pues la obsesión, la inquietud e insatisfacción en Semmelweis.
Éste no entendía cómo era posible que hubiese más mortalidad de mujeres parturientas en los hospitales que las asistidas por familiares en la calle.
Antes de doctorarse en obstetricia –ginecología- en 1846 decía: "Todo lo que aquí se hace me parece muy inútil; los fallecimientos se suceden de la forma más simple. Se continúa operando, sin embargo, sin tratar de saber verdaderamente por qué tal enfermo sucumbe antes que otros en casos idénticos".
Cuando en ese mismo año estuvo trabajando en la plantilla del doctor Klein, el 96% de las mujeres que daban a luz fallecían. Klein, achacaba a los estudiantes de medicina, acusándoles de brutos o de ser extranjeros, sobre todo húngaros.
Sin embargo, Semmelweis no podía creer semejante estupidez, no entendía cómo podía decir el doctor Klein eso. El hecho problemático era averiguar la razón por la cual morían más mujeres por fiebre puerperal en la división de los médicos -supuestamente mejor atendidas- que en la división de las matronas.
Fueron dos hechos lo que llevaron a Semmelweis a formular la hipótesis que explicase la causa de tan alta mortalidad entre las parturientas asistidas por médicos.
El primer hecho que los estudiantes de medicinas fuesen quienes después de haber manipulados cadáveres participaran en los alumbramientos. En cambio, las matronas no andaban con muertos.
El segundo hecho, la muerte de un amigo suyo, profesor de anatomía, que moría al poco tiempo por los síntomas de la fiebre puerperal, tras haberse cortado con un bisturí utilizado sobre un cadáver.
Su hipótesis fue que la enfermedad se debía a unos patógenos (Escherichia coli) en los cadáveres, que al ser manipulados por los médicos, éstos los transmitían por las manos infectadas (funcionado como vectores) hacia las mujeres que eran asistidas por los médicos.
Semmelweis conjeturó que se podría reducir el porcentaje de muertes simplemente con que los médicos se lavasen las manos antes de intervenir en un parto. Tras la utilización de una solución de cloruro cálcico que garantizara la total asepsia, el resultado fue el cumplimiento de todas las consecuencias prevista, es decir, la mortalidad cayó al 0,23%.
Sin embargo, muchos médicos de Europa bien por vanidad o bien por envidia, rechazaron su descubrimiento afirmando que había manipulado las estadísticas. Sólo cinco médicos reconocieron su hallazgo.
Antes de doctorarse en obstetricia –ginecología- en 1846 decía: "Todo lo que aquí se hace me parece muy inútil; los fallecimientos se suceden de la forma más simple. Se continúa operando, sin embargo, sin tratar de saber verdaderamente por qué tal enfermo sucumbe antes que otros en casos idénticos".
Cuando en ese mismo año estuvo trabajando en la plantilla del doctor Klein, el 96% de las mujeres que daban a luz fallecían. Klein, achacaba a los estudiantes de medicina, acusándoles de brutos o de ser extranjeros, sobre todo húngaros.
Sin embargo, Semmelweis no podía creer semejante estupidez, no entendía cómo podía decir el doctor Klein eso. El hecho problemático era averiguar la razón por la cual morían más mujeres por fiebre puerperal en la división de los médicos -supuestamente mejor atendidas- que en la división de las matronas.
Fueron dos hechos lo que llevaron a Semmelweis a formular la hipótesis que explicase la causa de tan alta mortalidad entre las parturientas asistidas por médicos.
El primer hecho que los estudiantes de medicinas fuesen quienes después de haber manipulados cadáveres participaran en los alumbramientos. En cambio, las matronas no andaban con muertos.
El segundo hecho, la muerte de un amigo suyo, profesor de anatomía, que moría al poco tiempo por los síntomas de la fiebre puerperal, tras haberse cortado con un bisturí utilizado sobre un cadáver.
Su hipótesis fue que la enfermedad se debía a unos patógenos (Escherichia coli) en los cadáveres, que al ser manipulados por los médicos, éstos los transmitían por las manos infectadas (funcionado como vectores) hacia las mujeres que eran asistidas por los médicos.
Semmelweis conjeturó que se podría reducir el porcentaje de muertes simplemente con que los médicos se lavasen las manos antes de intervenir en un parto. Tras la utilización de una solución de cloruro cálcico que garantizara la total asepsia, el resultado fue el cumplimiento de todas las consecuencias prevista, es decir, la mortalidad cayó al 0,23%.
Sin embargo, muchos médicos de Europa bien por vanidad o bien por envidia, rechazaron su descubrimiento afirmando que había manipulado las estadísticas. Sólo cinco médicos reconocieron su hallazgo.
El doctor Kleín despidió a Semmelweis y fue a trabajar a Budapest en un hospital de maternidad dirigido por el doctor Birley, en donde escribiría un libro: De la etiología, el concepto y la profilaxis de la fiebre puerperal.
En 1856 muere Birley y Semmelweis es nombrado director. No obstante, sus enemigos consiguen desacreditarlo cayendo en una fuerte depresión y locura. En 1865, tras presentar mejoría, es dado de alta del asilo donde se encontraba.
Aprovecha su libertad para entrar en el pabellón de anatomía donde, delante de los alumnos, abre un cadáver y utiliza después el mismo bisturí para provocarse una herida. Skoda acude a Budapest, pero tras tres semanas de fiebre y los mismos síntomas que los de las mujeres que tantas veces vio morir, Semmelweis fallece a los 47 años en brazos de su profesor.
En 1856 muere Birley y Semmelweis es nombrado director. No obstante, sus enemigos consiguen desacreditarlo cayendo en una fuerte depresión y locura. En 1865, tras presentar mejoría, es dado de alta del asilo donde se encontraba.
Aprovecha su libertad para entrar en el pabellón de anatomía donde, delante de los alumnos, abre un cadáver y utiliza después el mismo bisturí para provocarse una herida. Skoda acude a Budapest, pero tras tres semanas de fiebre y los mismos síntomas que los de las mujeres que tantas veces vio morir, Semmelweis fallece a los 47 años en brazos de su profesor.
En el interior del Hospicio General de Viena puede verse la estatua de un hombre sobre un pedestal que representa al profesor Semmelweis.
Bajo la efigie se ha colocado una placa con la inscripción: "El salvador de las madres".
Bajo la efigie se ha colocado una placa con la inscripción: "El salvador de las madres".
by David Domínguez.
1 comentario:
Este caso es muy conocido, y muuuy avanzado para su época.
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