lunes, 16 de febrero de 2009

Judería de Sevilla


Sevilla es, sin duda alguna, una ciudad iluminada, llena de arte y de alegría, de temperaturas cálidas y de aromas inconfundibles como el azahar, el jazmín o el incienso.

Tampoco se queda corta en historias. Por ella, han pasado multitud de culturas y sus huellas quedaron plasmadas en su gente y en sus singulares calles y monumentos.

La historia que hoy nos ocupa es la historia de su antigua judería que es actualmente uno de los lugares con mayor atractivo turístico.

Adentrémonos pues en su laberíntico barrio de Santa Cruz y hagamos un recorrido por sus extravagantes historias, en este caso, un poco negra.

Nos encontramos en la Sevilla de la convivencia, la convivencia de tres grandes culturas, a saber, cristianismo, islamismo y judaísmo. Sin embargo, esta aparente convivencia pacífica pronto se verá ensombrecida por algunos personajes e hitos históricos.


Desde la conquista de Sevilla por Fernando III (1248), musulmanes y judíos pudieron vivir en la ciudad con libertad de culto, junto a la mayoría de los cristianos.
Así lo quiso el rey y todos sus sucesores, pero un clérigo de Écija, Fernando Martínez, consiguió convencer a una plebe de cristianos para crear una revuelta en contra de los judíos.
Entraron en la judería y maltrataron y saquearon sus casas y tiendas.

En un primer momento, fueron sofocados en distintas ocasiones, pero el clérigo continuaba con sus predicaciones e incitaciones.
El día 6 de Junio de 1391, tendría lugar la sangrienta masacre, entraron en la judería y al grito de “muerte a los judíos” acabaron con 4.000 victimas judías y unos pocos sobrevivientes huyendo de la ciudad.



Estos judíos exiliados solicitaron auxilio a la regencia de Enrique III, pero poco consiguieron, pues el futuro rey aún era menor de edad.

La ineficacia de la regencia y la poca organización de la seguridad de la ciudad fueron causas del éxito de Fernando Martínez y la posterior decadencia de los judíos.

Al poco tiempo, los huidos volvieron a Sevilla reconstruyendo sus casas y tiendas. Cuando Enrique III cumplió la mayoría de edad condenó al clérigo y a la ciudad de Sevilla con grandes multas de oro, pero ya no quedaba ningún barrio judío, al menos, de lo que fue.

A pesar de las nuevas garantías de los reyes hacia los judíos, aún se sentían inseguros y seguían sufriendo, en ocasiones, innumerables vejaciones.


Esto originó un gran rencor y deseo de venganza de los pocos que quedaban.
De hecho, en 1481, un banquero judío, Diego Susón creó un plan para levantar una rebelión en todo el reino y acabar con la difícil situación de su comunidad.

Al igual que ocurrió en el 711, los judíos cansados de los visigodos montaron una rebelión y facilitaron la entrada de los musulmanes en la península ibérica. Ahora Diego Susón estaba convencido de hacer algo parecido. Las reuniones secretas se sucedían constantemente a fin de ultimar los preparativos de la conjura.

Sin embargo, Diego Susón no contaba con la traición de su propia hija, Susona (Susana Ben Susón). Esta era una chica joven y hermosa que consciente de su belleza aspiraba llegar a lo más alto en la sociedad Sevillana. Y así, sin saberlo su padre, se dejaba cortejar por un caballero cristiano de alto linaje.


Otra vez, como tantas veces se ha repetido en la historia, nos encontramos ante un amor imposible destinado a un final fatídico.

Una noche, cuando Diego Susón y todos los conjurados se reunieron para detallar la operación, Susona escuchó todo cuanto decían y en vista de que plateaban matar a todos los principales caballeros de Sevilla, no dudó en contárselo a su querido amado, quién se encontraba entre los que debían de morir.
El caballero cristiano rápidamente se dirigió al asistente de la ciudad, Don Diego de Merlo y junto a un grupo de alguaciles apresaron a todos los conjurados, incluido el padre de Susona.
Todos fueron condenados a muerte y colgados en la actual Tablada, lugar donde ejecutaban a los peores criminales y se exponían durante un año.

Susona no pensaba que su padre y los conjurados iban a ser condenado a muerte. Ella creía que al delatarlo simplemente llevaría al traste la operación y que podría llevar una vida tranquila y “pecaminosa” con el caballero.

Afligida y envuelta en remordimiento decide convertirse al cristianismo y pasar un tiempo en un convento. Posteriormente, vuelve a su casa donde llevó una vida cristiana y ejemplar hasta su muerte.

Cuando abrieron su testamento había una cláusula donde pedía que su cabeza fuera sujetada con un clavo en su puerta para siempre y así se hizo. Siendo su cabeza calavera, su calle se llamó “Calle de la Muerte”, afortunadamente, hoy se llama “Calle Susona”.

La historia que siguió a los judíos de este barrio ya la conocemos, en 1492 fueron todos expulsados de España. No obstante, en Sevilla, sólo se expulsaron a unas pocas familias, las que quedaban.


by David Domínguez

2 comentarios:

Hispanus dijo...

Hola

Este artículo lo he escrito por dos razones:

1º Como natural de Sevilla paseo mucho por estas calles y me pareció oportuno escribir algo al respecto, en el blog.

2º Tras leer el libro "Tradiciones y Leyendas Sevillanas" de José María de Mena.

Las fotos las he hecho el día 15 de febrero de 2009 y he intentado que no apareciese ningún turista en ellas, a fin de que se viesen mejor las calles, las casas y edificios.
Y esto no ha sido sencillo porque las calles estaban totalmente llenas de ingleses, americanos, franceses, españoles pero, sobre todo, chinos o japoneses. jejeje.

Añadir, también, que todo lo contado es verídico, pues así lo demuestran las crónicas y documentos de la época.

Un saludo.

Fernando dijo...

Menudos recuerdos acaban de recorrer mi mente. La verdad es que no cambio el encanto de estas calles de Sevilla (y de Córdoba) por nada del mundo. Me ha recordado mis años viviendo allí. Muy buen artículo y un saludo fuerteocu

Puedes contactar conmigo en:   hispanus21@gmail.com